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Imagen: Pixabay vía Gestión

Estas líneas son para las perfeccionistas e intensas. Para las que, como yo, estuvieron en el cuadro de honor toda la primaria, en la escolta, las que quieren salvar al mundo, las que sufren y se indignan con facilidad por la ineficiencia y desfachatez ajena. Las que detrás de la chingonería y competencia escondemos una enorme inseguridad por temor a no ser suficiente, a fallar.

Mi deseo para nosotras es un mediocre 2022. Que nuestro único propósito para el siguiente año sea ejercitar la capacidad para hacer “tantita concha” (y no de pan dulce).

Hace unos días, una de las mujeres chingonas a quien le doy clases particulares de yoga estaba en medio de una semana traqueteada por cosas de la vida (familia, salud, chamba, etc.). Otra sabia mujer le dio un solo consejo: “tantita concha, tantita concha.”

Según el renombrado sitio “jergas de habla hispana” hacer concha es “desentenderse, comportarse de manera devergonzadamente indiferente […].” Por otro lado, según la RAE, mediocre es “de calidad media. De poco mérito, tirando a malo.”

A veces no hay yoga, terapia, masaje, ni pastilla que nos quite la ansiedad y el insomnio porque la solución está ahí: en hacer tantita concha. De nada sirve relajarnos 10 minutos en savasana en la clase de yoga si saliendo del tapete activamos de nuevo la tendencia a ser perfectas, a resolverle la vida al mundo entero, a querer terminar con todas las injusticias sociales.

Mi consejo y deseo para el 2022 puede parecer bastante chingado, pero si las perfeccionistas (que creemos que todo lo podemos) actuáramos con mediocridad, seguro alcanzaríamos estándares bastante aceptables para el mundo. Y de paso viviríamos de manera más holgada.

Cuento una anécdota en la que tantita conchudez de mi parte hubiera sido tremendamente útil para mi salud mental. En otra entrada ya conté que en 2019 me fui a un retiro de meditación de 10 días: sin hablar con nadie, sin leer, sin celular, sin escribir, sin poder hacer yoga, meditando 10 horas al día.

Las reglas e itinerario del retiro son, a mi gusto y por mi tendencia a la ansiedad, demasiado severas. Pero mi deseo de ser sobresaliente, incluso en el silencio, me hizo seguirlas al pie de la letra.

Por ejemplo, cuando había dos opciones: a) “meditar» en tu cuarto sin supervisión alguna o b) meditar en la sala con la mirada de todas las personas y maestros, yo, por supuesto, elegía estar en la sala. Escogía esta opción para asegurarme de no caer en la tentación de dormirme o de hacer otra cosa que no fuera lo que “debía” hacer. Otros seres, más sabios que yo, “meditaban” en sus cuartos, o sea, leían, se dormían, comían dulces que habían metido de contrabando o simplemente pendejeaban.

Yo no tenía nada de experiencia meditando y llevé mi mente y capacidad al límite por intensa. A la mitad del retiro, en medio de una sesión, me dio un asqueroso ataque de ansiedad. Pensé que me iba a morir, o peor, a enloquecer.

Resumo la historia. Cuando logré calmarme platiqué con el maestro sobre lo que me había pasado. Me preguntó mis antecedentes de meditadora, mi respuesta: nulos. Me preguntó si estaba descansando cuando era opcional hacerlo, le dije que no, que meditaba en la sala como toda una experta.

Agitó la cabeza y me dijo algo así:

Las instrucciones son demasiado severas, este curso se pensó para impartirlo en India, donde si uno no es lo suficientemente enfático las personas no hacen nada. Me sorprende que en otras latitudes siempre me encuentro con un par de personas como tú. Que hacen todo al pie de la letra, llevándose al límite. Por favor, baja las horas que meditas, cuando haya opción de salir de la sala vete a acostar en medio del bosque, no medites, no hagas nada.

Más allá de si los estereotipos culturales que tenía el maestro sobre los indios son falsos o exagerados, al menos conmigo le dio al clavo. Necesitaba tomarme la vida menos en serio, hacer tantita concha, no querer sobresalir en todo.

Mi tendencia intensa en ese momento fue irme al extremo y pensar que nunca más regresaría a ese retiro por severo, por dogmático. Hoy sé que no es necesario mandar toda la experiencia a la chingada, cada vez me es menos funcional la postura de todo o nada en mi vida.

Sé que volveré a ese retiro y, a diferencia de mi primera vez, seguiré las reglas de manera mediocre, haré concha. Aún así, me dejará algo y será una grata experiencia.

 

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