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Foto de Snapwire en Pexels

“La idea de seguridad absoluta – como el riesgo cero- es una fantasía.”

Anne Dufourmantelle

Anne Doufourmantelle fue una filósofa y psicoanalistas francesa que escribió un libro llamado “Elogio al riesgo”. Murió a los 53 años al tratar de salvar a unos niños que se estaban ahogando en la playa. Historia perfecta para canción de “Ironic” de Alanis Morrisette.

Si algo nos ha orillado a estar evaluando constantemente los riesgos de cada cosa que hacemos es la pandemia de Covid-19. Además de los riesgos habituales de vivir y de ser mujer en México, se convirtieron actividades de alto riesgo las cosas más ricas de la vida: una clase de yoga con 30 personas sudorosas que empañan los cristales, asisitir a un salón de la UNAM atestado, apachurrarnos en la mesa de un bar con amigos y amigos de los amigos, robarle un trago de cerveza al que está a lado de ti, abrazar a las personas que queremos, ir al cine sin empañar los lentes por culpa del cubrebocas, etc.

Sin duda la vacuna (sí, la vacuna, no el dióxido de cloro) nos está permitiendo recuperar ciertas actividades, pero hay pérdidas. No solo porque no hemos recuperado todo al 100%, sino por los meses de enorme incertidumbre y aislamiento que vivimos antes de que empezara la vacunación. Eso ya dejó huella en el cuerpo.

Nuestro cerebro está hecho para hacernos sobrevivir. Si eres una persona ansiosa o hipocondriaca (como yo), seguramente viviste los meses pandémicos con una ansiedad y miedo intenso. Si nuestro cerebro está ocupado en mantenernos a salvo es muy difícil dedicar energía a las cosas que nos hacen sentir mariposas en la panza.

“El asombro y la ansiedad no pueden coexistir”

Ravi Ravindra

A chingadazos nos está tocando acostumbrarnos a vivir con el Covid-19 y con las pérdidas que ha traído. Los riesgos han disminuido, pero como dijo Dufourmantelle, no hay riesgo cero.

A propósito de tomar riesgos y volver a “entrenar” nuestro músculo social en esta época post pandemia, Esther Perel (psicoterapeuta a quien admiro muchísimo), comparte reflexiones que me parecen muy valiosas más allá del contexto pandémico. Les dejo hasta el final el video de esta conversación (en inglés).

Perel hace un elogio, como Anne, al riesgo. Vincula el riesgo con las mariposas en la panza, obvio no lo dice así, pero las anécdotas que transmite y cómo las transmite lo demuestran. Para realmente vivir hay que arriesgarnos: a inciar una relación, a terminar una relación, a que nos vean en nuestro estado más vulnerable, a cagarla, a hacer algo que no dominemos, a pedir ayudar, a enamorarnos, a renunciar a un trabajo.

Perel recuerda que cuando era joven conoció Estados Unidos viajando de aventón, se subía al coche con desconocidos que la recogían en la carretara (sin cubrebocas). Comenta que no lo veía como un riesgo, sino como una aventura, una forma de ceder a su curiosidad y conocer vidas y mundos que no había imaginado antes.

Asocia el riesgo con la confianza, dejando ver que ambos se entretejen de manera simultánea. Es un error pensar que necesitamos tener confianza absoluta para arriesgarnos. Más bien tomando riesgos construimos confianza.

Y finalmente mete a la ecuación la incertidumbre. Para esto cita a Rachel Botsman (experta en economía colaborativa), quien considera que para tener confianza hay que saber lidiar con la incertidumbre. Así que cuando estés ante algo que te provoque mariposas, en lugar de querer reducir el riesgo a cero, hay que hacernos expertos en tolerar la incertidumbre (y añado, el fracaso y rechazo).

La historia del viaje de Perel me hizo recordar un sinfin de anécdotas propias en donde claramente tomé riesgos que viví como aventuras. Les comparto una que me encanta.

Hace justo 10 años estaba en París de intercambio y en noviembre hice con mis amigos un viaje a Marruecos. Yo tenía que hacer y mandar un trabajo que, viviendo al límite, dejé para el último momento. Mi plan era que el último día del viaje (día previo a la fecha de entrega) lo dedicaría a trabajar intensamente usando el wifi del hotel.

Llegó el último día y no consideramos que iniciaba la “Festividad del sacrificio” o “Festividad del cordero». Es la fiesta más importante para los musulmanes. Celebran el pasaje del Corán (que también está en la Biblia) en el que Dios le pide a Ibrahim (Abraham) que sacrifique a su hijo. Este ¿confía? en Dios y “toma el riesgo” de obedecer. Está a punto de seguir la orden cuando el todo poderoso lo detiene y le da un cordero para que lo sacrifique en lugar de su hijo.

Bueno, pues debido a esta gran fiesta el hotel cerró, nos sacó tempranito con todo y maletas... bye wifi. Decidimos ir al único café que encontramos abierto, yo llevaba mi computadora sin internet y con poca pila.

Estando ahí un señor me escuchó preguntando si había conexión (tanto de luz como de internet), no había. Él se ofreció amablemente a prestarme su computadora mientras estuviera ahí, tenía pila e internet. Acepté.

Se llama Hakim, marroquí que vive en Estados Unidos, estaba de visita por las fiestas. Avancé un poco en mi trabajo hasta que se acabó la pila. Hakim se sentó con nosotros, platicamos un rato.

Como aún tenía unas horas libres antes de irnos al aeropuerto, me propuso que lo acompañara a su casa para cargar la pila de la computadora y trabajar ahí. Era 2011 en Marruecos, si me iba no tenía manera de comunicarme con mis amigos, ni mandar la ubicación, ni nada.

Accedí. Caminé con Hakim por las calles de Casablanca hasta que llegamos a su casa. Evidentemente no trabajé en absoluto. Su casa se sentía como una navidad nuestra, estaba toda su familia cocinando cantidades industriales de comida.

La familia de Hakim me recibió de una manera que es difícil de olvidar, tomé té con ellos, me pusieron un sombrero (dizque) mexicano que tenían y nos tomamos fotos.

Al igual que Perel en ese momento no sentí que tomaba un riesgo, fue una aventura. Le confié a Hakim la misión de mandar unas postales que yo no alcancé a mandar, las postales les llegaron sanas y salvas a mis seres queridos.

No podemos ser insensatas e imprudentes en la vida. No estoy proponiendo que se vayan con el primer señor que conozcan en un café y las invite a su casa, pero de vez en cuando vale la pena tomar riesgos.

Esos riesgos nos harán construir confianza en las personas, en la vida, y de paso, no dejarán que las mariposas de nuestra panza se mueran por completo.

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