Cuando se trata de amor elijo la visión romántica, tal vez no de amor a primera vista, pero sí de atracción física y afinidad instantánea. Sabes que puede haber algo, te sientes bien, confiada y atraída desde la primera vez. No hay que buscarle mucho, ni esforzarte, ni convencerte que es la decisión “correcta» o “sensata”. Bueno, pues considerando eso mi inicio en el mundo del yoga fue todo menos romántico.
Mi primera clase la tomé hace muchos años en el gimnasio al que iba y me pareció, uso la expresión de ese momento, “de hueva”. No volví más. Cada que salía de mi clase de spinning eufórica, sudada y después de haber quemado unas 600 calorías (ah porque claro, las contaba), veía casi con lástima a quienes terminaban la clase de yoga quietas, en silencio, recostadas con los ojos cerrados. Me preguntaba ¿para qué pagar un gimnasio si ni vas a quemar calorías?
Algunos años después tuve una gran crisis existencial (eufemismo de depresión) detonada por dos grandes duelos: mi papá acababa de morir después de dos años de tener cáncer y estaba soltera después de haber terminado una relación de casi 10 años. Además, tenía un muy buen trabajo que me daba estabilidad y en el que aprendí muchísimo, pero en el que no me veía como proyecto de vida laboral.
En medio de todo eso sentía que no tenía a dónde ir, de qué agarrarme, nada que me emocionara construir. En ese momento deseé sin éxito ser una católica ferviente, con fe en que Dios me ayudaría a salir a flote. Una que realmente creyera que todo pasa por algo, que la misericordia del señor es enorme e infinita, o al menos que todo estará mejor en la otra vida. Nada de eso llegó.
Pagaba dos gimnasios, uno cerca de mi trabajo, otro cerca de mi casa… no me daban ganas de ir a ninguno. En ese tiempo mi mamá y mi mejor amiga me contaban muy entusiastas de sus respectivas clases de yoga. Ante mi desesperanza decidí darle una segunda oportunidad a esta práctica demasiado esotérica para mí. Empecé a practicar con videos de Youtube.
Durante algunos meses todos los días hacía algún video y era lo único que me regresaba las ganas. Me parecía intrigante la ambivalencia de la práctica: por un lado me obligaba a sacar muchísima fuerza física y concentración, y al final de la clase terminaba en savasana, la postura del cadáver (recostada como aquellas mujeres del gimnasio). ¿Por qué querría emular estar muerta después de una práctica que me hizo sentir super poderosa? Me di cuenta que justo esa contradicción y combinación de opuestos era lo que me atraía y lo que me hacía falta.
Emmanuel Carrere, en su último libro llamado Yoga, dice que este conjunto de prácticas orientales nos dan “profundidad estratégica”. Este es un término bélico que se refiere a la capacidad que tiene un país de replegarse ante un ataque extranjero en su frontera. Rusia tiene una gran profundidad estratégica, Alemania poca. En términos prácticos es tener a dónde correr, dentro de tu propio territorio, ante los «embates» externos.
Después de casi 4 años de practicar creo que no hay mejor descripción del yoga que la de Carrere (con quien, advierto, tengo un crush que puede mermar mi objetividad). Usar tu cuerpo de manera consciente y pausada te obliga a ponerTE atención, y eso ya es mucho en estos días, o al menos lo fue para mí. Sientes dónde está tu pierna, pie, mano; activas músculos que no sabías que tenías; creas nuevos patrones de movimiento; obligas a tu cerebro a reaccionar de manera diferente y con curiosidad; te encuentras con tu tristeza y frustración y sacas la fuerza para enfrentarlas.
El yoga fue fundamental para mí y tengo un enorme respeto y cariño por esta práctica. Yo ya había empezado a ir a terapia y a tomar antidepresivos (ambas herramientas invaluables) y puedo decir, sin duda alguna, que el yoga me ayudó a desarrollar la sensibilidad, conciencia y fuerza necesaria para enfrentar mi proceso terapéutico.
No es raro que quienes llegan al yoga lo hagan en momentos difíciles, cuando hay algo roto: ya sea alguna lesión física o del corazón. Si sientes que necesitas algo de profundidad estratégica para replegarte de las chingaderas de la vida, para tomar fuerza y perspectiva para enfrentarlas, el yoga puede ser una excelente herramienta. Para algunas personas una única herramienta, para otras una complementaria a un seguimiento psicológico y/o psiquiátrico (como fue mi caso).
Por experiencia propia, mi recomendación es que le des varias oportunidades, no corras ante la primera incomodidad o aversión que te genere y prueba todos los estilos de yoga y maestros que puedas. Si de plano el yoga no es para ti, sigue buscando hasta que encuentres tu «amor a primera, segunda o tercera vista” que te dé esa profundidad estratégica tan necesaria.
Si llegaste hasta aquí, ya practicas yoga y empezaste la práctica después de un momento difícil ¡cuéntanos en los comentarios! y si quieres saber sobre los beneficios de esta práctica (sin publicidad engañosa) échate este post.
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