Seleccionar página

Hice este blog hace varias semanas en una noche de insomnio solitario. Ya le había dado vueltas a la idea de abrir uno y de repente sentí la necesidad de hacerlo. A las 11 pm pensé: “Es ahora o nunca. Prende la computadora y hazlo, de todos modos no vas a dormir.” A las 4 am ya había pagado el dominio, hecho el diseño (con todo y sus áreas de oportunidad) y redactado la presentación. No sabía cuándo iba a empezar a escribir, lo dejé pasar y hoy me dieron ganas de hacerlo.

El domingo mi papá cumplió 3 años de haber muerto. Dato curioso, murió el mismo día que Hugh Hefner, mi papá tenía 56, Hefner 91. En su aniversario tuve una mezcla de tristeza por no tenerlo (a mi papá, a Hefner la verdad no lo extraño) y euforia por estar viva. En la mañana decidí no hacer nada “productivo” de mi lista de pendientes y salir a patinar después de 15 años de no usar mis patines. Sobreviví. Después de estar toda la mañana sola comí en compañía y ambas cosas fueron tan reconfortantes como un apapacho.

Una de las cosas que aprendí durante la enfermedad y muerte de mi papá fue apreciar tanto la soledad como la compañía. Trato de buscar ambas en su justa medida, no siempre lo logro. 

La muerte es un proceso aterradoramente solitario, por más que estés rodeado de personas y amor NADIE puede sentir dolor por ti, nadie puede morir por ti, y peor aún, nadie te acompaña después del último suspiro. La lección que saqué de eso fue que más nos vale aprender a disfrutar de nuestra soledad. Pero soledad en serio, de esa prolongada e incómoda, no payasadas. Habrá situaciones de la vida que por más que nos queramos colgar de alguien será inútil.

Paradójicamente morir también es un proceso comunitario: revive lazos desdibujados (algunos dan gusto, otros no) y fortalece de manera inimaginable los lazos con los más cercanos. Convivir con un moribundo implica disfrutar al máximo momentos que sin la enfermedad parecerían banales y compartir situaciones degradantes. Es vivir la incomodidad y la vulnerabilidad en su máximo esplendor sin tener para dónde correr, es ver en vivo y en directo lo que nadie postea en Facebook.

Estoy convencida que no hay mayor muestra de amor que acompañar a alguien mientras está enfermo y muere. Es amar su esencia, ya no importa lo que da, cómo se ve, ni sus logros; es dar sabiendo que no habrá un futuro prometedor y que habrá que soltarlo por completo (no como los ex que reviven). Es estar dispuesta a que te saquen de la rutina, a cambiar las prioridades y a vivir sin certezas.

Del tema de la muerte como algo comunitario saqué varias lecciones. La primera es no esperar a que alguien se esté muriendo para demostrar amor, pedir perdón, abrazar (algo trillada, pero cierta). La segunda es cultivar lazos significativos, asegurar tener un puñado de personas que puedan acompañarte mientras caes al abismo, que soporten ver tu “peor versión” y mientras esto pasa, que se rían contigo. La tercera es irte acostumbrando a la idea de ver a tus seres queridos en esa peor versión, dejar de lado la imagen permanente de perfección y fortaleza que tenemos de quienes nos rodean.

Cierro con tres cosas: con el deseo de que sepamos calibrar la soledad y la compañía; con un abrazo para mi papá y Hugh donde quiera que estén; y unas citas que me parecen adecuadas para la ocasión: 

“Muy pocos soportan la idea de que no hay remedio para la soledad de la existencia… ¡Cualquier cosa con tal de no quedarse solos ni un momento! ¡Con tal de no ver ni por un instante esa soledad! ¡Rápido, unas personas! ¡O unos perros! ¡O tapices! ¡O acciones, o esculturas góticas, o amantes! Rápido, antes de que se descubra..” 

Sandor Marai, La mujer justa

“Donde se logran las transformaciones y se corren las aventuras es en el interior de una misma. El sufrimiento mismo es una gran aventura, la paz es su culminación. Y es precisamente el sufrimiento el que nos hace vivir…” 

Graciela Hierro, La ética del placer

“The quality of your life ultimately depends on the quality of your relationships”

Esther Perel

«Love: we cultivate love when we allow our most vulnerable and powerful selves to be deeply seen and known, and when we honor the spiritual connection that grows from that offering with trust, respect, kindness and affection.»

The gifts of imperfection, Brené Brown

Sígueme en mis redes sociales

Comparte en